Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 36

Raúl LÓPEZ REDONDO

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grabarle. Bueno, más que una petición es una orden. Aparece el tema: actualmente, el derecho a la dignidad de la propia imagen y la integridad personal física y psíquica de los menores obliga, legalmente, a pedir un permiso explícito a padres y tutores de los niños para grabar imágenes suyas. En ningún momento se nos dice que no se tenga ese permiso o siquiera que sea necesario o que el sujeto narrador de la acción no sea un pariente de Paddy; al menos, aún no. Sin embargo, lo primero que inquieta es el lenguaje: “acércate” no es una petición, ‘anda, ven’, ni una sugerencia, ‘¿podrías venir?’, ni un ruego, ‘por favor’; es una orden. La jerarquía entre Paddy y quien dirige la escena es claramente desigual: el poder, su dominio.

      Paddy nunca tiene voz, ni tampoco Susan, porque sí, descubrimos enseguida que alguien más, con nombre, está con Paddy en la estancia, una tal Susan, y eso al principio nos alivia, relaja la tensión (¿por qué?, porque es más fácil la depravación de un ser solitario que la de una pareja, pensamos, sostén de la sociedad; además, toda mujer es madre); porque suponemos que están en una habitación o podrían estarlo, ¿no es así? O es acaso, “tenemos perros caballos también tenemos juguetes (plano de exteriores)”, la narración quien nos hace concebir que se encuentran en el interior de una casa desde cuya ventana pueden verse los animales de la granja y unos columpios. En realidad, no existe un solo dato objetivo que nos obligue a situar la acción dentro de una casa, a excepción de la precisión técnica de cambio de planos de la cámara: de primer plano a exteriores; nada nos hace concebir esa ventana que no se menciona, sino que la pinta nuestra imaginación para situar la acción en un escenario más propicio o protector, o que nos resulte menos abierto y agresivo, bajo techado.

      Primera revelación: “hola muchacho ¿cómo te llamas? ¿paddy? ¿de dónde eres paddy? ¿de lincoln nebraska? conozco lincoln nebraska una vez estuve allí”. La situación, predeterminada por los verbos en modo imperativo, posee una asertividad más directiva que empática; aparentemente, cambia con el saludo, aunque persiste el modo verbal, “espera espera que la encienda (rec) ahora paddy mira a la cámara”, pero de pronto se vuelve preocupante. El protagonista no conoce personalmente a Paddy, “hola muchacho ¿cómo te llamas? ¿paddy?”, más que por vagas referencias, “¿de dónde eres de lincoln nebraska?”. De nuevo nuestra imaginación suplanta, rellena, suple los espacios en blanco: nada nos ha dicho que el director-cronista sea un hombre,

(Continúa en la página 37)