Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 59

Eugenio MAQUEDA CUENCA

 

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      El tercer poema nos muestra cómo las relaciones semióticas que se dan en la experiencia cotidiana, el propio pensamiento, pueden trascenderse y convertirse en excelente material poético. Aunque ya lo hemos hecho con anterioridad, al interpretar este poema vamos a referirnos a las fuentes ideológicas fácilmente rastreables en el poema, que de forma intencionada o no, se dejan entrever en él. Sólo el primer verso, “el caos organiza nuestras vidas”, daría para ocupar todas las páginas de que disponemos para comentar los tres poemas. Obviamente, no se trata de una idea que aparezca en literatura por primera vez. Según Hesíodo, de Caos nacen la Tierra y Eros. También es un ilustre precedente Milton, que en el libro II de El paraíso perdido, incluye unos versos en los que se nos dice que el Caos es ascendiente de la Naturaleza, es decir, su origen. Según G. Steiner, en la cosmogonía neoplatónica, el Caos es macho y es incognoscible. La creación se realiza desde el caos, que mitológicamente se relaciona con lo oscuro, lo demótico. Es fácil comprobar que Gil de Biedma tiene razón al decir que en la poesía moderna, con un solo verso se puede traer al presente toda una tradición o, lo que es lo mismo, toda la tradición queda resumida en un solo verso que es capaz de evocar su origen, la formación, el pensamiento y la cultura que le preceden. Lo que en otro tiempo fue material de amplios tratados y extensas composiciones, el poeta actual lo puede traer a nosotros en un endecasílabo. Es la ventaja de la literatura moderna y también su limitación: ahora es más fácil remitir a un conocimiento anterior, pero a la vez más difícil superarlo a través de la originalidad, que muchas veces se ha buscado desde un punto de vista formal. Si la poesía intenta comprender el caos desde el que parte la existencia, es lógico que a veces adopte también una forma caótica. Pero lo normal es que suceda como en este caso, y es que el orden intente ponerlo el poema, un orden surgiendo de un sistema dinámico complejo. Además, el poema responde, a la vez que se interroga, a las constantes preocupaciones del hombre, como en este caso lo hace al problema ontológico: “Saber que somos eso: / sucesión y retorno ininterrumpidos / hacia un punto cualquiera del azar”. De nuevo es inevitable hacer referencia a la filiación filosófica de esta idea, esgrimida desde la antigua Grecia al Schopenhauer de El mundo como voluntad y representación, pero nosotros encontramos la idea más cercana a Nietzsche. El eterno retorno es para Nietzsche uno de los pilares para analizar el ser. El tiempo pierde su linealidad, aunque en el fondo, lo que se esconde

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