Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 41

Raúl LÓPEZ REDONDO

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esbozan su poética. El lector ha de participar. La mente del lector es quien completa la escena, quien busca genealogía a la historia, quien contempla el desastre, la vida, la tragedia o su desolada frialdad...

 

REQUIEM *

      Es el poema que corre más riesgos, porque tiene un modelo con el que compararse (en nota aclaratoria: Variaciones sobre un tema de José Hierro), porque es el más descarnadamente prosaico de cuantos forman esta muestra. Realidad, en cuanto que crónica, siempre digna de respeto; en cuanto poema, siempre opinable. Tema de la muerte aún más difícil de refutar, más aún si se incluyen afectos profundos; aquí a lo que parece, simples simpatías entre quienes se acaban de conocer. El sentimiento es una cosa y el arte otra. Pero no es cierto: aquí no aparece pena ni dolor, de nuevo nos ha hecho García Casado la jugarreta de hacernos pensar que la justificación de lo escrito reside en algo inexistente; que ha escrito lo que no ha sido escrito aún.

      La utilización de Hierro no es casual ni gratuita. Ya El mapa de América en “Las Vegas, NV” (2001: 17) —uno de los poemas más redondos del libro que, sin embargo, se salen de su habitual poética por el uso de una primera persona íntima y hasta “romántica”—, resuena el eco de Cuaderno de Nueva York (1998: 113-117), en sus bienaventuranzas: “Bendito sea Dios, porque inventó el silencio, / y el chirrido de la chicharra (...). / Bendito sea Dios porque inventó el amanecer (...). / Bendito sea Dios porque inventó la cabra (...). / Maldito sea Dios porque inventó el estaño / parpadeante del olivo (...). / Maldito sea Dios porque inventó a mi padre / colgado de una rama del olivo”, donde las bendiciones y maldiciones de Hierro son transformadas, “bendito sea el crupier que trucó los dados / bendita sea la exxon que arruinó los planes de la compañía / bendita la convención republicana que nos hizo cambiar / todas la fechas”, en un futuro esperanzador, “casémonos lidia / quiero apostarlo todo a tu número”, festoneado por el mismo ambiente siniestro de ceremonia sórdida e improvisada, de liturgia prêt-à-porter: “conozco una capilla en la avenida oeste 24 horas 40.95 / flores aparte”. Esas bodas de las películas americanas donde si tienes una licencia y 40 dólares te casan en servicio ininterrumpido, de día o de noche, con su juez de paz de guardia que te puede prestar hasta los anillos. El negocio de la vida, “casémonos casémonos esta noche / porque esta noche estoy de suerte”; el negocio de la muerte “en una sala de espera con

(Continúa en la página 42)