Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                               Pág. 20

Rafael ALARCÓN SIERRA

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      En “El viaje soñado”, una ciudad del pasado reaparece, rememorada o soñada, con unas vivencias cotidianas de tal intensidad que el sujeto lírico, como en un juego de espejos espaciotemporal que enfrenta realidad y ensoñación, se pregunta por el origen de lo experimentado, cuyo reflejo se difumina en la nada (“la ciudad invisible y nuestras sombras”).

      “Los lugares comunes” ofrece la ciudad en el recuerdo como “mapa afectivo” o atlas de la memoria (imagen de estirpe baudelairiana de la que, tras Borges, ha sacado buen provecho, por ejemplo, Felipe Benítez Reyes en poemas de El equipaje abierto como “Cada lugar preciso”), cuyos tesoros vienen señalados por los efímeros instantes de eternidad de una vida posible, vislumbrada en sus espacios más familiares. El breve encuentro fortuito en el que se adivina una felicidad que no será vivida también es un tema que ha gozado de buena tradición literaria (con modelos de prestigio como Baudelaire en “A une passante”, Darío en “El ideal” de Azul... o Proust en À l’ombre des jeunes filles en fleurs, II, pongo por caso).

      En “Las islas”, el sujeto lírico tematiza una experiencia común irrefutable, de gran tradición lírica: las vidas aisladas de los habitantes en la ciudad (Benjamin recuerda cómo la tajante conciencia de separación entre un individuo, que reflexiona sobre la soledad de su estado, y la masa urbana, a la cual observa, antes que en Baudelaire, ya aparece en Hoffman y Poe). Como en otros poemas (“Cruce de caminos”, “Formas regulares”), las figuras geométricas simbolizan la soledad vital, la incomunicación y el repliegue, como un caracol (“construye una espiral sobre sí misma / y en sus pliegues se esconde”). Los habitantes de la ciudad son “figuras infinitas” y aisladas (las Esferas que tan bien ha definido el filósofo alemán Peter Sloterdijk), “nunca tangentes ni jamás concéntricas”, como en una pesadilla de Escher.

      Finalmente, “Estación de paso” tematiza el abandono de la ciudad. El caminante es comparado con un tren (motivo que también aparece en “La futura nostalgia”), pero, al final del poema, se superponen los términos comparados de forma muy sugerente. Quien se va deja atrás no sólo una ciudad, sino una imagen de esa ciudad que se pierde; ¿o quizá se queda impregnada en los que conocieron al ausente?

 

      Lo anterior no es decir mucho si no se tiene en cuenta el recurso a la reticencia o contención emocional y retórica –menos es más– y la severidad

(Continúa en la página 21)