domingo, 16 de marzo de 2003

 


literatura

Una vida en presente continuo

AÑOS VEINTE. El poeta por la época de su viaje a Granada.
- Un viaje iniciático
- Todas las cumbres
- LAS OTRAS CIUDADES DE JUAN RAMÓN


Ignacio F. Garmendia

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Ya en su juventud, cuando peregrinaba de sanatorio en sanatorio, decía de él Rafael Cansinos Assens, cuando iba a visitarlo en compañía de los modernistas, que Juan Ramón estaba "enfermo de aprensiones", pero el caso es que todos se quedaban impresionados por el abatimiento del poeta. Juan Ramón se moría de tristeza, abrumado por insondables melancolías, como el que presiente y padece los males que no vivirá. Entonces los líricos expedicionarios regresaban henchidos, que diría Cansinos, de devoción y de entusiasmo. La evocación de estas visitas vale por toda la historia del modernismo. La de los versos de Juan Ramón, casi diríamos, por la de la poesía.

Pero aquí la historia del poeta. El autor de este Juan Ramón Jiménez, Rafael Alarcón Sierra, se ha servido de contribuciones, aparecidas en los últimos años, que los anteriores biógrafos -Palau de Nemes, Garfias, Campoamor- no pudieron conocer, así los diarios de Zenobia Camprubí y, sobre todo, la edición "completa" del imprescindible Juan Ramón de viva voz, especie de diario de conversaciones de quien fue su secretario personal durante 23 años (1913-1936), Juan Guerrero Ruiz, que en su anterior aparición había sido expurgado de las observaciones más inoportunas, léase mordaces. De modo que sin ser una biografía definitiva, ni pretenderlo, su trabajo constituye una buena aproximación de conjunto, que expone los azares fundamentales de una vida literalmente consagrada a la poesía y, lo que es mejor, narra con claridad y coherencia el desarrollo de una personalidad marcada, desde muy pronto, por el afán de perfección. Acaso lo más sorprendente de la historia sea que acabara acercándose a su propósito, en una medida que a muy pocos es dado alcanzar.

Pero este triunfo no lo logró sin padecimientos. La vida de Juan Ramón, dice Alarcón Sierra, fue "la de un hombre en perpetua lucha consigo mismo", con su carácter famosamente irritable y desabrido, con sus neurosis y patologías, con su propio mencionado afán, que le condujo a una permanente revisión -recreación o reviviscencia- del trabajo realizado conforme iban cambiando sus ideas acerca del rumbo requerido por su Obra, que así la denominaba, con inquietante mayúscula. Fue un creador hasta tal extremo autoexigente, hasta tal punto dominado por esa pasión del rigor, que a punto estuvo de malograr su altísimo talento. Es fama que hacia el final de su vida decidió reelaborar toda su obra, prescindiendo del artificio del verso, y este sorprendente empeño último, felizmente irrealizado, o inconcluso, nos da la magnitud de su locura, grandiosa y aterradora como la de un dios perturbado. "Mi necesidad de cambiar cada día mi escritura viene de que yo quisiera siempre tener en presente toda mi vida; de que yo quisiera haber tenido siempre las ideas de cada instante". No lo consiguió, desde luego, vivir en presente continuo. Acaso haya logrado el futuro perfecto.

Juan Ramón Jiménez. Pasión perfecta l Rafael Alarcón Sierra l Espasa l Biografías l Madrid, 2003 l 288 páginas l 12,50 euros

 

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