Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 25

Santiago FABREGAT BARRIOS

 

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material tomado de cada uno estos cinco autores de forma literal. Salvo en el caso de Jorge Manrique, la glosa se lleva a cabo a partir de fragmentos extraídos de varios sonetos, entre los que los conocidísimos En tanto que de rosa y azucena de Garcilaso y Mientras por competir por tu cabello de Góngora aportan la mayor parte de las citas literales. En ambos poemas, la incitación al goce a partir de la descripción de la belleza armónica y fugaz ―collige virgo rosas―, con frecuencia identificado con el tópico de carpe diem, constituye, como es sabido, el tema central. Por su parte, la constatación del paso imparable del tiempo ―tempus fugit― se convierte en motivo secundario que irrumpe con decisión en el terceto final de cada una de estas dos composiciones.

      Paradójicamente, y pese a hundir sus raíces en estos dos sonetos sobre el carpe diem, tal vez los más conocidos de toda la literatura en lengua española sobre este tema, no hay rastro alguno en esta Glosa de Juan Frau de aquella incitación al goce presente en Garcilaso o en el joven Góngora, pues ni siquiera hallamos trazas en su poema de evocación nostálgica de la fugacidad de la belleza. Sí aparece, por el contrario, y con total nitidez, el tema del paso irremediable del tiempo, amplificado a través del ubi sunt de raíz manriqueña, que hace que el poema entronque mucho más claramente con el desengaño característico del Barroco, que con la mentalidad y el sentir propios del Renacimiento.

      En este sentido, la más clara huella, no literal, aunque sí de espíritu, presente en Glosa es sin lugar a dudas la de Quevedo, pues no se trata en el poema ―ya lo apuntábamos hace un instante― de la consabida fugacidad de lo bello, sino de la propia fragilidad de la vida, de sus engaños y de sus enemigos, presentados bajo distintas formas. No en vano, la cita que encabeza el poema recoge la habitual prosopopeya quevediana, según la cual el tiempo “ni vuelve atrás, ni aguarda, ni tropieza”, más tarde amplificada en la imagen del “tiempo ladrón”, tan presente en la poesía del madrileño.

      Todo este material de raigambre áurea se funde originalmente en el poema de Juan Frau dando a luz una materia poética nueva, de forma que bajo una tarea de aparente acarreo ―a la manera de la hormiga― descubrimos en realidad el quehacer de la abeja que, libando de distintas flores, crea por fin su propio néctar, si se me permite el símil que ya se aplicó en el Renacimiento a aquellos poetas verdaderos que optaron por imitar el arte de los antiguos.

(Continúa en la página 26)