Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 86

Ni glosa marginal ni escolio fragmentario

Manuel FUENTES VÁZQUEZ

Universitat Rovira i Virgili (Tarragona)

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      Ni glosa marginal ni escolio fragmentario. La aproximación a cuatro textos poéticos no puede fundamentar un análisis más allá –Au-delà des cris choisis des époques, que diría Jules Laforgue– de la superficie de la voz que regresa de un sistema para rescatarlo, y anticipa otro. Así, “Deshora”, poema XXV que procede de La lluvia en los relojes –Premio de poesía Esquío, 2003– es texto axilar que establecía –en palabras de Enrique Pezzoni para otro poeta bien amado– el ámbito de un incesante “vaivén dialéctico” que se resuelve en la imposibilidad de la certeza. “Deshora” vertebra y sintetiza las líneas maestras de la poética que se explicitaba en La lluvia en los relojes; esto es, y sin ánimo exhaustivo: la tensión del alma frente al cuerpo; la identidad improbable del yo; el texto poético como símil, y nunca como realidad suficiente; la pugna entre el uno que vive y el otro que escribe; la verdad, cuya única verdad es la muerte; la estupidez de la materia contingente y su deseo de transformación en belleza absoluta; la ironía que deshace y edifica momentáneamente el fantasma de la creencia, y la duda: ese núcleo final e irreductible como victoria y castigo; triunfo y condena. Si nos acogiéramos a la destilación crítica de Deleuze –“un texto no es más que un engranaje en una máquina extratextual”–, cosa que negamos los ancianos que visitamos en su momento a Eliot, el crítico, desde la extratextualidad (esto es, creo que creo conocer a Ramón Sanz) y desde la textualidad (creo que creo conocer la obra del otro Ramón Sanz) debería afirmar que la anterior y apretada síntesis no ofrece ni siquiera un atisbo del proceso de la escritura del poeta, aunque quizás el destino de la poesía (que todo amor alguna vez es el destino / pero nunca el destino es el amor, “Nadie, nada”) no sea otro que el que Jean Baudrillard, a la zaga del clásico, formalizó: “Tales cosas sólo existen en el breve instante en que se las desafía a existir”. Y es ese breve instante, ese “último resplandor de la realidad”, el que existe en los textos de Ramón Sanz.

      “Nadie, nada”, “Todos los días” y un tercer texto intitulado se alejan de “Deshora” al tiempo que desde este último se perfilan y esbozan nuevos caminos que recurren al amor como estrategia textual y que –vertiente expresiva de la literatura del escritor– se aleja de la pulsión romántica solipsista en la creación de la imagen deseada para configurar el texto desde el componente narrativo y dialéctico: Un hombre abraza a una mujer […] Una

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