Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 48

Raúl LÓPEZ REDONDO

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que lo hagan nuevas personas con sus nuevas voces, tampoco será una repetición más o menos ingeniosa de lo ya hecho. A estas alturas no tiene ningún sentido seguir escribiendo como Góngora, Juan Ramón Jiménez o Lorca, por mucho que sus versos y oficios nos admiren; ni ellos mismos lo harían. El mundo ha cambiado; el país ha cambiado; la poesía no puede ser un reducto de diletantes y viejos catedráticos decimonónicos de Universidad. Hay que ir al cine, hay que salir a la calle.

       La forma poética que adquiere puede tener enfrente a una crítica tradicionalista que cuestione si efectivamente es forma o si realmente es poética. En la patente de las disciplinas clásicas el peso de la tradición tiene mucho copyright, lastra mucho este tipo de valoraciones. Si la palabra ‘poesía’ pertenece a una forma única de versificación, habría que delimitar, si solamente abarcase la cuaderna vía, ¿qué hacemos con las seguidillas, con los caligramas, con el versículo, con los haikus, con la poesía visual? Si el problema es el nombre, ‘poesía’, habrá que recordar que ‘poiesis’ significa creación. Lo que está claro es que, sea lo que sea, García Casado consigue con su frescura una comunicación con el lector cada vez más olvidada; renueva y confecciona unos poemas que se leen como si fueran un relato de suspense. No es necesario invocar a Ángel González, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, Luis Cernuda o Machado. Dijimos que la poesía es búsqueda de belleza; y antiguamente la poesía era del pueblo, se cantaba en las plazas, la sabían los niños en sus juegos, no yacía inerte, recién editada, encerrada en sus sepulcros de papel, en los nichos y estantes de librerías y bibliotecas.

      Ni poesía social ni del silencio ni de la experiencia: la poesía no tiene apellidos, sólo existe buena y mala poesía. Lo afirmó más de una vez José Hierro y se lo dice el bedel Florentino a Pepe Carvalho: “—La poesía no es ni social ni tangerina, o es poesía o no es nada— dijo el bedel sin ira, pero con la dignidad de Pedro Crespo ante el intento de ultraje de los tercios reales” (Vázquez Montalbán, 1977: 71).

      Vayámonos entonces al teatro de los siglos de oro y leamos los versos de Pablo García Casado en voz alta, suministrando a cada poema la puntuación que exige, la interpretación del texto. Es en la lectura donde recobra su vida, capta nuestra benevolencia, pide su sitio en la memoria. Es en la lectura con voz cuando cobra toda su dimensión artística, muchas veces inmersa en un poema mayor, el del libro en que se inscribe. “Es cosa de entomólogos, es cosa

(Continúa en la página 49)