Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 34

Raúl LÓPEZ REDONDO

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palabras que nos invitan a concebir lo uno y su contrario. Aquí sólo es una despedida la que permite, cartográficamente, radiografiar ese mapa de ‘américa’, con minúscula, donde la “gente corriente”, como Jim Bradley, vive en casas con jardín de flores, que son suficientemente grandes para albergar ‘perros’, en plural; donde se anuncia en los postes telegráficos el alistamiento, mientras Jane Fonda recomienda cosméticos; pero, una vez alistado, subido a bordo, contemplando la vida desde el billete que arde entre las manos, por primera vez te das cuenta de lo que acabas de hacer: antes Jim Bradley estaba vivo, ahora, de camino hacia lo desconocido, contemplas otras realidades, casas sin jardín, pequeñas, en barrios negros, justo antes o después, mezcladas con las fábricas del extrarradio y, tras el lumpen proletariado, las pequeñas propiedades agrícolas y, después, ahora sí, la libertad, que es siempre la autopista (la libertad de irte, de cambiar); porque ‘Esto es América’.

      Un solo dato antes del alistamiento: las flores de casa de los Bradley, justo antes de morir Jim Bradley, es decir, que esa noticia de su muerte llegará al cronista posteriormente (¿Vietnam, Granada, Golfo Pérsico, Irak...?) y también de ahí su radiografía de cambio de escenario: o por el desplazamiento del coche en el barrio, “la tienda de comestibles”, o el desplazamiento de la realidad por su degradación: el paraíso de la infancia con mamá, los perros y el jardín de flores es sustituido por “escombros, hojas secas” (tal vez esos escombros son de un descampado anejo al paraíso; pero la muerte de Jim Bradley separa, altera el hecho aparentemente trivial de una mera descripción: o hemos cambiado de escenario o el anterior se ha deteriorado). La realidad ha cambiado. Nada permanece igual.

      La cuidadísima ambigüedad que García Casado engarza con singular destreza en sus poemas nos permite siempre cuestionar, poner en duda la lectura que nos salta a la vista (¿por qué el alistamiento, los reclutas, sus despedidas, el barco o avión tienen algo que ver necesariamente con “el billete ardiendo entre mis manos”?, ¿dónde se dice?; puede ser otro billete, puede ser otro viaje, puede ser otra empresa: no se dice). Sin embargo, dudamos: Jim Bradley parece compañero de llamada a filas, los reclutas y su despedida, la que ve otro recluta, a través de un yo oculto en una tercera persona, casi sin verbos, despojada de adornos y vocablos fósiles, desnuda de palabras “gastadas por el uso inofensivas / como una navaja de papel de aluminio” (1997: 39). Estética aparentemente coloquial, prosaica, muy

(Continúa en la página 35)