Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 55

Eugenio MAQUEDA CUENCA

 

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con la que se recuerda un momento que sólo tiene presencia en el primer verso del poema. Como escribió Bousoño en su Teoría de la expresión poética, lo importante es la emoción del poeta a través del símbolo temático: el poeta busca un soporte objetivo, con el suficiente distanciamiento, para mostrar su subjetividad. El distanciamiento, en este poema, se hace patente de manera especial por la reflexión metaliteraria que supone hablar de “metáforas gastadas”, de “correlato”, de “pronunciar aquellos nombres / que alguna vez significaron algo”.

      El símbolo se separa del concepto, y la reflexión posterior, del símbolo. Esa reflexión supone asimismo un cambio en el tono del poema, un paréntesis en la tonalidad que también viene marcado con este signo ortográfico en el texto: “(Estoy hablando de un tiempo que siempre es anterior / que siempre será antiguo. / Aunque los labios aún intenten pronunciar aquellos nombres / que alguna vez significaron algo)”. Tras esto, el poema retoma el tono inicial, a pesar de que se nos ha trasladado al presente; un presente también presidido por la descripción de un entorno físico, imaginado, pues aún es de noche y no puede verse nada. Precisamente la noche es protagonista en este libro, quizás porque “el silencio, a esta hora, nos salva de otras voces / de las graves llamadas del día”, como se nos dice en el poema “Una ventana en la noche”. La noche que ayuda a la mejor reflexión, más propicia al recuerdo, según nos dice la voz poemática: “De noche todo vuelve a recogerse en la mirada. / De noche cobra el tiempo recodos infinitos”. De la noche a la reflexión, de la reflexión al autoconocimiento, de ese conocimiento al intento de comprensión del mundo, y todo este proceso realizado en el poema: así es cómo se explica el protagonismo del yo, sólo como elemento desde el que se parte para conocer y explicar el mundo.

      A la vez, y es uno de los atractivos del poema, se deja patente la dificultad de identificar la realidad y separarla de la perspectiva que se tiene sobre la misma. Hay una clara conciencia de que siempre se mira la vida de una forma condicionada y parcial. Si el poema es un intento de conocimiento completo del mundo, ese intento es vano, pues no se consigue el objetivo. El pasado y el presente se funden. El pasado es una sombra, un lugar que hace una “aceptación humilde” de su destino de olvido, esas “ruinas olvidadas de los días”. El poema termina con una afirmación contundente: “El mar, mientras tanto, es el mismo. / Todo ha sucedido menos el agua”. Por una parte, se nos

(Continúa en la página 56)