Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 61

Eugenio MAQUEDA CUENCA

 

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pueda abandonar una guerra, pues se sabe que la derrota se va a producir se luche o no.

      La tercera estrofa está formada por una interrogación que ocupa los cinco versos. Se trata sintácticamente de una sola oración, cuyo verbo principal es un infinitivo, ver. Lo que ve la voz que nos habla es de signo distinto, es decir, mezcla aspectos negativos y positivos de la realidad: la “meta en cada paso que se anda”, el sentimiento de que siempre estamos cercanos al final o simplemente que no hay ningún objetivo distinto del mero hecho de andar, se contrapone al “don en cada copa de agua que llevamos a los labios”; “el deseo oculto tras cada aspiración de aire”.

      El final del poema, desde nuestro punto de vista muy bueno, hace referencia de nuevo al azar, desde una perspectiva muy semejante a la de la Física. Ese arbitrario soplo fortuito, delgado pliegue del viento que es capaz de tanta ferocidad, es lo que desde los estudios de E. Lorenz se llama efecto mariposa. Según la Física, el efecto mariposa es una de las características que tienen los sistemas que se consideran caóticos. El poema se cierra así como empezó, hablando del caos, de lo impredecible de la vida, de cómo el destino, que no existe, está por encima de nosotros. Y toda esta idea a través de tres estupendos versos donde confluyen metáfora, rima, hipérbole, paralelismo, antítesis, hipérbato y ritmo, al servicio de la idea. La ferocidad de un delgado soplo de viento es capaz de traer hasta nosotros muchos años de Física y no pocos siglos de Filosofía. No se puede pedir más.