Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                              Pág. 26

Santiago FABREGAT BARRIOS

 

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      Conforme a esta idea, Glosa es un poema abierto que se propone revisar algunos de los tópicos antes mencionados y de manera especial la idea del tiempo como coartada, insuficiente, según se apunta en el texto, para explicar buena parte de los reveses y decepciones de la existencia.

      Se organiza el poema en dos secciones distintas. En la primera de ellas, la voz poética se dirige a un “tú” femenino, que es interpelado desde la extrañeza de un “yo” que ya no percibe en “ella” la antigua imagen interior, a pesar de que la belleza exterior se descubre intacta. La subjetividad impregna entonces la percepción de lo real, que se convierte en nueva realidad interior ya transformada: “siento un frío que sopla de tu lado / un invierno creciente / de flores desvaídas, sin memoria”. La explicación a este desajuste, a este extrañamiento que produce el reencuentro con aquel “tú” interiormente distinto, así como el análisis de las posibles causas de tales cambios constituyen, a nuestro juicio, el eje central de la segunda parte de la composición, en la que paulatinamente el lenguaje se va haciendo más llano conforme disminuye el caudal de material incorporado de forma literal.

      En este sentido, Glosa es un poema que se vuelca decididamente hacia el interior del individuo, tanto en su faceta de sujeto observador, como en la mirada que se proyecta hacia el “tú” objeto de la reflexión poética. No interesa en absoluto lo externo, esos “pétalos, que siguen siendo hermosos”, sino la explicación de otros cambios mucho más sustanciales, las causas verdaderas del abandono de nuestros propios sueños, el porqué de aquellas íntimas traiciones que todo ser humano se ha hecho a sí mismo y que de repente descubrimos al rememorar “el antiguo futuro de unos ojos”.

      Conforme a esta idea, la segunda parte del poema se adentra por la vía del conocimiento, a través de una propuesta abierta que permite identificar algunos agentes presuntamente implicados en la construcción de “esa cárcel oscura”, de evidente raíz platónica, percibida por el “yo” poético. De este modo, a partir de la anécdota del reencuentro, no sólo se toma conciencia del paso del tiempo, sino que se suscita una reflexión acerca del verdadero papel de éste en los cambios internos a los que toda persona está sujeta.

      Al leer el texto por vez primera, es muy probable que fijemos el oído en la sonoridad de sus versos ―silva hollada aquí y allá por algún que otro alejandrino―, o tal vez prestemos especial atención a la facilidad y limpieza con la que tantos poetas de antaño se dan la mano armoniosamente en un

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