Adarve..., n.º 1 (2006)                                                                                                                               Pág. 18

Rafael ALARCÓN SIERRA

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(literalmente citados en diversos poemas y tematizado en “Los días”), y también el transcurso espacial: el paso (y el paseo) por las ciudades (algunas, citadas directamente en los poemas, como Sevilla y Jaén; otras aludidas e intuidas, como Madrid, aunque todas ellas sean, en definitiva, “la ciudad”, el espacio cotidiano de la vida moderna, ya que no se trata de hacer costumbrismo ni tipismo descriptivo).

      La intersección de un tiempo y un espacio a los que se alude, la contemplación de la realidad circundante (y, en ocasiones, circulante), así como su recuerdo, se transforma en un momento efímero pero memorable, en una “escena” recreada en cada poema, el cual manifiesta y congela su sentido lírico y vivencial.

      Estas “escenas” pueden tener lugar en un espacio interior, propicio al recogimiento y a la reflexión, partiendo de moldes como la “albada” (“Otro lenguaje”, “Enigma”), o de motivos como el insomnio nocturno (“Madrugada”, “La ocasión perdida”) y el momento crepuscular de la intimidad y la remembranza, ya sea dual (“Atardecer con libro”, “La futura nostalgia”) o solitario (“Las horas”). También pueden tener lugar en un espacio exterior, como ocurre en “Extranjero” (el aislamiento entre la multitud) o en los poemas seleccionados, a los que luego me referiré. Finalmente, pueden ser “ficciones”: bien ensoñaciones y recuerdos, a veces de dudosa concreción, bien trasuntos de una realidad artística previa (en poemas como “Contemplación” o “Friedrich”) que, en ambos casos, se superponen al momento presente. Y ya que hablo de una “realidad artística previa” superpuesta, diré que el poemario se pone, en su inicio, bajo la advocación de José Ángel Valente; que, en su primera parte (correspondiendo a un ámbito en general íntimo y amoroso), aparecen sendos homenajes a Stefan George y Emily Dickinson, y que, en su segunda parte, se realizan pequeñas citas intertextuales –a veces, irónicas– de Aleixandre, Neruda o Borges, que también sabía mucho de ficciones.

 

      En los poemas seleccionados, que pertenecen a esta segunda parte del libro, Elena Felíu nos ofrece, en breves y cuidadas silvas de versos blancos –con alguna asonancia–, la ciudad soñada y rememorada (“El viaje soñado”, “Los lugares comunes”) frente a la ciudad real; el aislamiento en la ciudad (“Las islas”) y la ciudad como tránsito (“Estación de paso”).

 

(Continúa en la página 19)